El estrés agudo –de corta duración, no crónico– prepara el cerebro para mejorar el rendimiento, de forma que son los acontecimientos estresantes intermitentes los que, probablemente, hacen que el cerebro esté más despierto, y se funcione mejor, dado que se permanece en alerta.
Lo dice un ESTUDIO CIENTÍFICO publicado en la revista científica ELIFE en el año 2013, que señala en tal sentido que el estrés puede ser algo que nos haga mejores, pero es una cuestión de cantidad, de duración y de la forma de interpretarlo o percibirlo.
Y es que, aunque la connotación que habitualmente le damos al estrés es negativa, lo cierto es que se trata de un fenómeno inevitable, e incluso necesario en la vida del ser humano. Básicamente, consiste en un conjunto de reacciones arcaicas que preparan al organismo para la lucha o la huida, es decir, para la actividad física. Era la respuesta adecuada cuando el hombre tenía que hacer frente, por ejemplo, al ataque de una fiera, una respuesta que aún hoy conserva –está determinada genéticamente– al valorar una situación como peligrosa e intentar adaptarse a ella.
Es esta programación genética la causante de que en la actualidad, a pesar de no tener que enfrentarse al peligro de las fieras, el estrés haya llegado a convertirse en una amenaza para la salud debido a otras exposiciones más modernas, como el entorno laboral, cuyas circunstancias la persona evalúa a veces como amenazantes para su estabilidad.
Se trata, por tanto, de un mecanismo natural orientado a la adaptación del ser humano a situaciones puntuales de la vida diaria que precisan de una especial activación. Siempre que su puesta en marcha tenga lugar en dichas circunstancias, podemos hablar de una situación de “normalidad”.
Pero, entonces, ¿por qué damos esa connotación negativa al estrés? El problema es su intensidad, su frecuencia y su duración. Así, cuando ese mecanismo natural se mantiene activado durante un período de tiempo excesivamente prolongado, o se intensifica de un modo desproporcionado al acontecimiento que lo origina, nos encontraremos ante el problema del estrés, un escenario que, en el peor de los casos, podríamos llegar a calificar incluso como una situación de “patología”.
Y es que es evidente que la tensión en nuestra vida, en una dosis equilibrada, produce un efecto estimulante y resulta, por tanto, conveniente. La cuestión está en mantener unos niveles que nos permitan disfrutar de una vida plena, proporcionada a nuestras capacidades y, al propio tiempo, que no perjudiquen nuestra salud.
Así, entre los efectos positivos que puede proporcionarnos un nivel de estrés adecuado encontramos:
ESTRÉS POSITIVO Y ESTRÉS NEGATIVO
En este marco general y tras años de estudios, la ciencia distingue hoy entre el estrés positivo o “EUSTRÉS”, que nos mantiene activos y nos beneficia, y el estrés negativo o “DISTRÉS”, que es perjudicial para nuestra salud.Y es que es evidente que la tensión en nuestra vida, en una dosis equilibrada, produce un efecto estimulante y resulta, por tanto, conveniente. La cuestión está en mantener unos niveles que nos permitan disfrutar de una vida plena, proporcionada a nuestras capacidades y, al propio tiempo, que no perjudiquen nuestra salud.
Así, entre los efectos positivos que puede proporcionarnos un nivel de estrés adecuado encontramos:
ü Percibir mejor una situación amenazante.
ü Interpretar con mayor rapidez lo que se nos demanda.
ü Decidir cuál es el comportamiento más adecuado.
ü Llevar a cabo ese comportamiento del modo más inmediato y eficaz posible.
En muchas ocasiones la diferencia la marca, simplemente, nuestra propia percepción del estrés. Es lo que parece sugerir otra INVESTIGACIÓN CIENTÍFICA, en este caso realizada durante ocho años en EE. UU. entre 30.000 adultos, la cual desveló que el riesgo de muerte se incrementaba en un 43 % entre quienes decían haber experimentado “mucho estrés” y creían que dicho estrés era perjudicial para la salud. Por el contrario, según dicho estudio, la probabilidad de morir se minimizaba considerablemente para aquéllos que no lo consideraban algo nocivo, sino útil.
Así que, ya sabemos: es posible –y deseable– utilizar el estrés a nuestro favor adoptando una actitud positiva y considerando que no se trata más que de una reacción natural de nuestro organismo que tiene por finalidad el proporcionarnos ese plus de activación necesario para solventar con eficacia la situación. Como colofón a todo ello baste una célebre frase del político británico Winston Churchill: “El optimista ve una oportunidad en cada calamidad; el pesimista, una calamidad en cada oportunidad”.
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Así que, ya sabemos: es posible –y deseable– utilizar el estrés a nuestro favor adoptando una actitud positiva y considerando que no se trata más que de una reacción natural de nuestro organismo que tiene por finalidad el proporcionarnos ese plus de activación necesario para solventar con eficacia la situación. Como colofón a todo ello baste una célebre frase del político británico Winston Churchill: “El optimista ve una oportunidad en cada calamidad; el pesimista, una calamidad en cada oportunidad”.
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